Artículo de hipertensión

La presión arterial alta o elevada, denominada por los especialistas hipertensión arterial, ocurre cuando la sangre viaja a una presión mayor que la normal. Aunque en algunos casos puede manifestarse a través de mareo, sangrado por la nariz o dolor de cabeza (cefalea), en la mayoría de los afectados no se presentan síntomas notables.

Esta falta de manifestaciones no significa que se trate de un padecimiento inofensivo; al contrario, su presencia se relaciona estrechamente con el deterioro de riñones y la visión, sin olvidar que incrementa el riesgo de sufrir un infarto en corazón o cerebro. No por nada, especialistas y población en general conocen a este problema como “asesino silencioso”.

De acuerdo con el apartado dedicado a la salud de los adultos que se incluye en la más reciente Encuesta Nacional de Salud, dada a conocer en el año 2003 por la Secretaría de Salud, la hipertensión arterial afecta al 30.7% de los mexicanos mayores de 20 años (15 millones, aproximadamente), siendo un poco más frecuente en hombres (32.6% de los varones) que en mujeres (29.0% de las féminas) y en personas mayores (53.6% de los casos se registran de los 70 a 79 años) que en jóvenes (17% en individuos de 20 a 29 años).

El problema es de notable gravedad si se considera que, en números redondos, la mitad de las personas con presión arterial elevada no saben que padecen este problema, y sólo 50% de los pacientes diagnosticados reciben tratamiento. En otras palabras, sólo 1 de cada 4 mexicanos con hipertensión hace algo por controlar su enfermedad.

Origen y factores de riesgo

El corazón tiene la función de contraerse periódicamente para bombear sangre a todo el organismo, y como resultado de esta actividad genera una tensión natural en las paredes de las arterias, misma que ayuda a que el vital líquido pueda cumplir con su recorrido.

Asimismo, cada latido registra dos movimientos, responsables cada uno de dos ondas de presión diferentes: una máxima o sistólica, cuando la sangre es impulsada, y otra mínima o diastólica, cuando el músculo cardiaco se relaja y llena. Es por este motivo que cuando se mide la presión arterial se deben registrar dos valores, correspondientes a cada uno de los momentos citados.

La presión sanguínea puede variar considerablemente de acuerdo con las circunstancias y, por lo general, aumenta tanto con la edad de la persona como por situaciones de estrés o esfuerzo físico. Sin embargo, se establece que las cifras ideales para una persona adulta, joven o de mediana edad que se encuentra en reposo, son 120 (sistólica) y 80 (diastólica), mismas que se expresan 120/80 mm Hg (milímetros de mercurio).

Así pues, se dice que existe hipertensión cuando el corazón bombea sangre hacia las arterias con fuerza superior a la necesaria. En concreto, los parámetros actuales establecen que esto ocurre cuando la presión sistólica es igual o superior a 140 mm Hg, la diastólica es igual o superior a 90 mm Hg, o la combinación de ambas (lo cual ocurre en la amplia mayoría de casos).

La elevación de la presión en las arterias se debe a varios factores:

  • Bombeo más vigoroso del corazón. En tal circunstancia es evidente que se presenta aumento en el volumen de sangre que se desplaza por las vías sanguíneas y, ante todo, de la fuerza con que circula.
  • Falta de flexibilidad en las arterias. Cuando las vías sanguíneas no pueden expandirse, la sangre proveniente de cada latido se ve forzada a pasar por un espacio menor al normal, incrementando la tensión.
  • Aumento en la cantidad de líquidos del sistema circulatorio. La escasa eliminación de agua hace que la sangre tenga un volumen mayor de lo normal, por lo que la presión en vías sanguíneas aumenta.

Además de lo anterior, vale aclarar que los especialistas establecen la existencia de dos tipos fundamentales de hipertensión: primaria o esencial, que ocurre entre el 85% y el 90% de los casos y de la cual no se conocen las causas, aunque se especula que tiene origen hereditario, y secundaria, que está presente en 15% o menos de los pacientes y tiene una causa identificada, entre las que destacan:

Enfermedades renales. La presencia de tumores o el estrechamiento de una arteria que alimente a los riñones (estenosis), entre otros problemas, puede afectar el trabajo de estos órganos y volverlos incapaces de eliminar sal y agua en forma adecuada, por lo que el volumen de sangre circulante aumenta.

Problemas en arterias. Envejecimiento y acumulación de grasa en sus paredes (arteriosclerosis) disminuyen la capacidad de las vías sanguíneas para expandirse y ofrecer mayor espacio a la circulación.

Trastornos hormonales. Mal funcionamiento de la glándula tiroides, encargada de coordinar múltiples funciones del cuerpo humano, puede generar alteraciones en el trabajo de riñones y sistema circulatorio. También los tumores en glándulas suprarrenales, que secretan las hormonas adrenalina y noradrenalina, son causa de aumento en la tensión arterial.

Apnea del sueño (roncar). Este problema, que se caracteriza por interrupción del suministro de aire durante el sueño, obliga a que el corazón trabaje de manera forzada y genere latidos con mayor fuerza de lo normal.

Uso de medicamentos. Se sabe que algunos fármacos, como los anticonceptivos orales, pueden desencadenar hipertensión arterial.

Finalmente, cabe indicar que obesidad, diabetes, falta de actividad física, dieta rica en grasas, estrés y consumo excesivo de alcohol, tabaco o sal son factores que pueden acentuar o desencadenar la aparición de este problema de salud tanto en personas con predisposición hereditaria como en quienes tienen alguna causa adquirida, como las antes mencionadas.

Síntomas y complicaciones

En la gran mayoría de pacientes con hipertensión no se generan manifestaciones notables del padecimiento, por lo que se dice que es una enfermedad asintomática. Sin embargo, en algunas ocasiones se suelen detectar problemas como dolor de cabeza, hemorragias nasales, vértigo, enrojecimiento facial y agotamiento.

En caso de hipertensión arterial grave o de larga duración que no recibe tratamiento, se pueden presentar los síntomas ya descritos además de fatiga, náuseas, vómitos, aturdimiento, dificultad para respirar (disnea) y visión borrosa. En casos muy severos puede haber coma por edema cerebral (acumulación anormal de líquido en el cerebro), mismo que requiere tratamiento urgente.

Vale hacer la aclaración de que todas las manifestaciones citadas no se deben directamente a hipertensión, sino a los daños que genera en diversos órganos y que ocasionan múltiples complicaciones:

Corazón. Puede sufrir hipertrofia ventricular izquierda, es decir, aumento de tamaño porque tiene que bombear con mayor fuerza. También es mas factible sufrir angina (dolor en el pecho), infarto del miocardio (muerte de una parte del tejido cardiaco por interrupción del flujo sanguíneo, debido a ruptura o taponamiento de las arterias) o insuficiencia cardiaca (incapacidad para bombear sangre adecuadamente) por fatiga.

Cerebro. La hipertensión aumenta el riesgo de sufrir hemorragia intracerebral o accidente cerebrovascular por la ruptura de algún vaso sanguíneo que no soporte la presión a la que es sometido. El resultado puede ser isquemia cerebral (diversos tejidos neuronales mueren por falta de sangre) que dependiendo de su gravedad se traduce en parálisis de una zona del cuerpo o fallecimiento de la persona.

Riñones. La alta presión sanguínea daña poco a poco a los riñones, que paulatinamente se vuelven incapaces de cumplir con su función de limpiar la sangre, es decir, se padece insuficiencia renal. Cuando esto ocurre el pronóstico del paciente es negativo, pues corre peligro su vida.

Ojos. Cuando no hay control de la hipertensión puede producirse oftalmopatía hipertensiva, es decir, ruptura de vasos sanguíneos en la retina que ocasiona hemorragias, aunque también puede haber daño en el nervio óptico. Ambos problemas hacen que la visión se vuelva borrosa e, inclusive, llegan a ocasionar ceguera.

Arterias. Si la hipertensión se combina con otros problemas como arteriosclerosis o diabetes, se corre el riesgo de que los cúmulos de grasa que hay en las arterias se desprendan y generen trombos, responsables del taponamiento de vías sanguíneas en cerebro, corazón u otros órganos.

Diagnóstico y tratamiento

Aunque actualmente existen en el mercado muchos aparatos de uso doméstico para determinar las cifras de tensión arterial (esfigmomanómetro electrónico o baumanómetro automático digital), siendo la mayoría de ellos confiables, no basta con haber presentado cifras elevadas en una sola ocasión para efectuar el diagnóstico. La hipertensión sólo puede ser determinada por un especialista (médico general, familiar o cardiólogo) luego de evaluar al paciente en varias ocasiones.

En efecto, los médicos están concientes de que además de que se deben tener cuidados especiales en este tipo de mediciones, es común que los pacientes experimenten ansiedad y preocupación cuando se les mide la presión, por lo que su pulso se acelera y altera los resultados en forma involuntaria. Por ello, una buena toma debe cumplir con los siguientes requisitos:

  • El paciente debe guardar reposo al menos 20 minutos antes de la toma de presión.
  • La medición se hará cuando la persona se encuentre sentada y en un ambiente tranquilo.
  • Es necesario que al menos 45 minutos antes no se hayan consumido estimulantes (café, alcohol, tabaco), pues éstos aceleran la actividad cardiaca.
  • El paciente no debe sentir incomodidad, de modo que si tiene necesidad de orinar debe hacerlo antes de que se le tome la presión. Tampoco debe llevar ropa incómoda ni apretada en torno a los brazos.
  • La medición se realizará en el brazo, que debe elevarse a la altura del corazón.
  • Se deben realizar de 3 a 5 tomas, dejando intervalos de 5 minutos entre cada una.

Si se establece el diagnóstico de hipertensión, el paciente será turnado a un médico internista o cardiólogo, quien hará una valoración integral para conocer peso, talla, antecedentes familiares y factores de riesgo, como dieta inadecuada, consumo de tabaco y niveles de colesterol elevados (mediante pruebas de laboratorio). También es importante una revisión general para detectar posibles daños en órganos o determinar el origen de la enfermedad por problema en riñones, apnea del sueño o alteraciones en la tiroides. El ecocardiograma (estudio para conocer el funcionamiento del corazón) se reserva para casos más complicados.

Los datos obtenidos a través de esta valoración permitirán al especialista establecer cuáles son las medidas más adecuadas para el control del problema; sin embargo, se debe aclarar que una vez que el tratamiento se inicia deberá mantenerse de por vida para que no se generen las complicaciones de salud ya indicadas.

En términos generales podemos decir que el primer paso consiste en que el paciente modifique su estilo de vida, siendo de gran importancia:

  • Mantener peso ideal. Gran número de personas con presión elevada sufren obesidad, y se sabe que toda disminución del volumen de grasa corporal trae mejoras notables.
  • Limitar el consumo de alcohol y tabaco, ya que esto asegura el buen funcionamiento de los sistemas nervioso y circulatorio.
  • Reducir el consumo de sodio, mineral que es el principal responsable de acumulación de líquidos. Para ello se debe moderar el consumo de sal de mesa y de aquella empleada al preparar los alimentos, así como evitar productos como frutos secos, embutidos y conservas.
  • Incluir una rutina de ejercicio de al menos 30 minutos, 4 días a la semana. Caminar, nadar o andar en bicicleta son buenas opciones.
  • Incrementar el consumo de legumbres (ricas en potasio, calcio y magnesio, que son minerales que facilitan la eliminación de sodio), así como de alimentos ricos en fibra, como frutas con cáscara y cereales integrales, pues favorecen la eliminación de colesterol antes de entrar al torrente sanguíneo.
  • Sustituir el consumo de carnes rojas, ricas en grasas saturadas, por carnes blancas, sobre todo pescado. También se recomienda adoptar el uso de aceite de oliva.
  • En caso de que la presión arterial elevada se presente junto con diabetes, los cuidados serán todavía mayores: en cuanto a alimentación se controlará aún más el consumo de grasas, se moderará la ingesta de azúcares y es probable que se recomiende el uso de un complemento alimenticio para balancear la aportación de nutrientes; asimismo, el control de peso deberá ser mayor y se llevará a cabo un monitoreo constante de los niveles de glucosa y colesterol en sangre.

Se sabe que seguir estas medidas ayuda a las personas con hipertensión a controlar su problema de manera satisfactoria; sólo cuando este programa falla se deberá recurrir a algún fármaco, mismo que será recetado por un médico (cardiólogo o internista) y nunca por elección del paciente, ya que su mal uso implicaría serias complicaciones y riesgos.

Existen muchos medicamentos para el tratamiento de presión arterial elevada. Cada uno tiene cualidades específicas que los hacen ideales para uno u otro caso, siendo los más conocidos:

  • Diuréticos. Aumentan la eliminación de orina y sal, de modo que el líquido circulante y la tensión en las vías sanguíneas disminuyen.
  • Beta-bloqueadores. Neutralizan el efecto de la adrenalina en el corazón, haciendo que éste lata más despacio y con menos fuerza. Tienen el inconveniente de producir sensación de fatiga y aletargamiento, además de disminuir los niveles del colesterol “bueno”.
  • Bloqueadores del canal de calcio. Tiene gran capacidad para dilatar las vías sanguíneas, aunque algunos de ellos también disminuyen el ritmo cardiaco. Pueden tener efectos secundarios como dolor de cabeza, acumulación de líquidos en extremidades y sensación de calor (bochornos).
  • Inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina. Actúan sobre el sistema hormonal que regula la contracción de los niveles de sodio a través de los riñones. Sin embargo, pueden perjudicar el funcionamiento de los riñones y hacer menos eficiente el equilibrio de minerales en el organismo.
  • Bloqueadores de los receptores de angiotensina. Son medicamentos de aparición reciente; similares a los anteriores, pero al parecer con menos efectos secundarios.
  • Vasodilatadores. Tienen la capacidad de abrir las vías sanguíneas, aunque también producen aumento del vello y del ritmo cardiaco.
  • Alfa-beta bloqueadores. Tienen acción doble, pues además de dilatar venas y arterias disminuyen la fuerza de las pulsaciones cardiacas.
  • Antagonistas centrales alfa adrenérgicos. Actúan sobre el sistema nervioso central y favorecen la dilatación de las vías sanguíneas.
  • Bloqueadores alfa 1 adrenérgicos periféricos. También generan dilatación de venas y arterias, pero pueden producir una caída excesiva de la presión arterial al realizar pequeños esfuerzos, como ponerse de pie.

Ninguno de estos fármacos es mejor o peor; cada uno de ellos será recomendado de acuerdo al diagnóstico y valoración del paciente, así como a sus necesidades específicas. Asimismo, en todo caso se deberá iniciar la administración del medicamento con dosis mínimas, y ésta se aumentará paulatinamente en caso de ser necesario.

Por último, es necesario recordar que la hipertensión, cuando no recibe tratamiento, genera elevada probabilidad de muerte entre quienes la padecen, siendo las causas más frecuentes infarto cerebral (33% a 35%) e insuficiencia renal (entre 10 y 15%). Por ello es muy importante que las personas que han sido diagnosticadas con este problema sigan al pie de la letra las medidas convenidas con el médico y lo visiten en las fechas acordadas para dar seguimiento al caso, pero también que la población general y, sobre todo, quienes tienen antecedentes familiares de esta enfermedad, practiquen los siguientes hábitos como medida de prevención y para tener una vida más saludable:

  • Mantener peso corporal adecuado y evitar que los niños presenten obesidad.
  • Moderar el consumo de tabaco y alcohol para mantener en buen estado las vías sanguíneas.
  • Practicar ejercicio habitualmente.
  • Contar con una dieta en la que destaque el consumo de frutas, verduras y cereales.

Consulte a su médico.

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